Celebramos cada noviembre, si no la fundación de La Habana, sí su asiento definitivo hace casi 500 años en la costa norte junto al puerto que le otorgaría una celebridad mundial. Sin embargo, no son pocos los que nos inquieren sobre el por qué no nos remitimos al año 1514, en el cual debió establecerse un campamento que los conquistadores españoles ubicaron en la costa sur; según nuestro parecer en un punto de la Ensenada de la Broa y quizás, con percepción más exacta, en el entorno de Melena del Sur.
Aunque otros historiadores como el decano Don César García del Pino sitúan el poblado en una latitud más occidental, evidencias cartográficas prestigiosas y antiguas esclarecen que cuando ya existía La Havana en la latitud Norte, aún pervivía el llamado Pueblo Viejo: San Cristóbal, o sea La Havana del Sur.
Defendemos la certeza de un acto fundacional por la solemnidad con que, según la tradición y las formas de actuar de los españoles, era común y casi obligatorio el ritual de escoger fechas en el calendario juliano entonces vigente. Esta pudo ser la causa de denominar al asiento inicial en la Costa Sur como San Cristóbal. Solía colocarse un poste, sembrar una cruz, escoger un árbol significativo y corpulento y situarse por lo general cerca de una comunidad indígena que pacíficamente acogiera a los recién llegados, proporcionándoles suministros indispensables; aunque para ellos resultaban a veces exóticos o repugnantes como las deliciosas iguanas asadas, peces nunca antes degustados y carnes rojas escasas de jutías o aves de la tierra.
Mi respuesta a quienes me preguntan por qué no hemos seguido el ejemplo de otras villas cubanas que han celebrado ya su 500 aniversario —independientemente de las variaciones de su lugar fundacional—, es que resultó más seductora La Habana real, la que nació de la unión del Pueblo Viejo y el Nuevo, constituyéndose en un ente que llamóse San Cristóbal de La Habana. Aceleradamente asumió su nueva identidad, reafirmada al llegar a ella el célebre letrado Alonso de Cáceres, enviado desde Santo Domingo de Guzmán para establecer las ordenanzas que llevan su apellido y que se constituyen si no en el más antiguo, en el más conocido y tenido como tal de los reglamentos urbanísticos vigentes en este continente, base de una jurisprudencia posterior tan rica y detallada, que resulta asombroso o más bien escandaloso que se violen o contradigan.
El 8 de octubre de 1607, por Real Cédula, la ciudad queda reconocida como capital oficial de la colonia, cuyo gobernador ostentaba la representación de la corona. Sin lugar a dudas, ello fue posible por un conjunto de sucesos y acontecimientos que señalaron su destino.
La Habana quedó situada en el centro del teatro operacional de las armadas, sede circunstancial del anclaje de las Flotas por mandato regio, lo cual no solo atrajo riquezas sino permitió a los vecinos muy tempranamente adecuar todo tipo de servicios para acoger a miles de viajeros. No hay nada nuevo como vemos, esto fue así desde tiempos inmemoriales, sujeta la urbe al orden riguroso establecido por el Cabildo, institución de Castilla en América obligada a elegir a sus miembros, a dejar prueba documental de sus actos, a expedir licencias y a conservar la capacidad defensiva, siempre amenazada y sujeta al peligro de las inciertas relaciones entre las potencias europeas que se proyectaban sobre el Caribe.
Hemos esperado con laboriosidad estos 500 años, que son un punto y seguido en nuestra labor, en la certeza de que acontecerá una regeneración de la ciudad, un deseo comúnmente compartido de restañar heridas, dar brillo a los monumentos, devolver el agua a las fuentes, las flores a los jardines, expresándose de esta manera la recta voluntad del estado, reiterada en no pocas oportunidades por el General Presidente Raúl Castro Ruz.
Todo ello fundado en aquella noche memorable de octubre de 1994 durante la cual el Comandante en Jefe Fidel Castro firmó el Decreto ley 143, que otorgó a la Oficina del Historiador, en concordia con todos los organismos y entidades del estado, la altísima responsabilidad de salvar este legado declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1982, contenido en una de las ciudades más bellas del mundo: la capital épica de la Revolución Cubana, tenazmente defendida en días heroicos, cuna de maestros, de artistas, de intelectuales y de esa miríada de trabajadores que día a día, desde la periferia hasta el corazón, viven en ella y quiéranlo o no, para ella.