A 50 años de su asesinato en Bolivia
Desde su nacimiento en la ciudad argentina de Rosario, el 14 de junio de 1928, Ernesto Guevara de la Serna manifestó la rebeldía que lo acompañaría siempre, pues su alumbramiento, a realizarse en Buenos Aires —de acuerdo al deseo del matrimonio de Ernesto Guevara y Celia de la Serna—, ocurre anticipadamente en el puerto de Rosario, durante el viaje hacia la capital argentina.
A los dos años de edad, se le presenta el asma, compañera inseparable a lo largo de toda su existencia. Esta enfermedad, del mismo modo férreo y agresivo con que naciera, convivió, para insuflarle no el aire que tanto necesitaban sus pulmones, sino una voluntad y tesón que marcan el camino de sus «conscientes aventuras».
Como una casa nómada, en busca de aire puro para el niño y en constante bregar, peregrina la familia hasta asentarse en Alta Gracia, lugar de esparcimiento y especie de sanatorio natural de la provincia de Córdoba. Sin sospecharlo siquiera, la benevolencia del entorno se conjuró para ofrecerles una larga estadía, primero en Alta Gracia, para seguirle después la capital de provincia, ambos lugares influyentes y forjadores de la personalidad y determinación del joven Ernesto.
Esta primera etapa de su vida contiene una riqueza espiritual y conceptual de ilimitada trascendencia, pues desde entonces emprendió de forma autodidacta un proceso de formación que lo llevaría a ser reconocido entre sus amigos como un adolescente de vasta cultura. Ya en 1944 comienza la elaboración de un Diccionario Filosófico, a través del cual se puede ir penetrando en preocupaciones e intereses intelectuales, que estarán presentes en un constante ascenso, siendo la Filosofía uno de los ejes rectores, primero de su formación y más tarde de sus fundamentos teóricos. Esta formación autodidacta, la nutre permanentemente de lecturas complementarias, que abarcan un amplio espectro que va desde los clásicos de la literatura universal, latinoamericana, la historia, la arqueología, entre otras materias de interés constante y que anota en un Índice de Libros, lo que permite conocer, paso a paso, el rigor con el que asumió su formación teórica y cultural.
Otro rasgo distintivo se presenta a través de la estrecha vinculación entre teoría y práctica como una relación complementaria, que le permitiría ampliar sus conocimientos y evaluarlos por medio de otros componentes, o como él mismo expresara a través de “vivencias imborrables”.
Es así que emprende, en el año 1950 —siendo estudiante de medicina—, un viaje por el interior de su país, con el objetivo de conocer y auscultar directamente, realidades que en esos momentos formaban parte sólo de inquietudes internas.
De esa experiencia, narrada en sus Apuntes de viaje, le surgen nuevas inquietudes que las extiende hasta la consecución de un proyecto hecho realidad en 1951: el recorrido que efectúa por América Latina, en compañía de su amigo Alberto Granado y que, en su estilo conciso y muy propio, definiera como un viaje que lo había cambiado más de lo que creyó.
Argentina, Chile, Perú, Colombia y Venezuela fueron los países visitados en este periplo que quedó registrado en sus Notas de viaje, empleando por primera vez, lo que también sería una constante de sus futuros relatos, la crónica narrativa, por medio de la que describe momentos indelebles y en los que se siente ya esa sensibilidad y preocupación por el hombre, como antecedente de lo que con posterioridad constituirá su pensamiento humanista, además de las primicias de su depurado y peculiar estilo literario.
Etapa de reflexión y búsqueda que lo acercan al hombre americano, en una escala superior y lo alejan de limitaciones fronterizas, más cercanas al ideal bolivariano, y por tanto más latinoamericanista. De la misma forma, se puede seguir el tránsito de la evolución de su conciencia social a preocupaciones de índole política, aún cuando no tuviera ni posiciones ni respuestas definitorias, a las que se va acercando en la medida que traza nuevos proyectos y nuevas metas a alcanzar.
Después de aquilatar el potencial inmenso y subyugante que encierra su «mayúscula América», sus enormes contradicciones y sus posibles cambios, se impuso consecuentemente construirse una «aventura mayor» por medio de las armas con las que se había medido y puesto a prueba: el estudio profundo y la práctica revolucionaria.
El primero, a través de la filosofía, pero esta vez con un nombre definitivo, el marxismo, como el instrumento sustancial para encontrar verdades ocultas y posibles soluciones; el segundo, el camino a la revolución, sustentado por el primero, pero a la vez preñado de incertidumbres y de grandes batallas por librar que le sacarían la rebeldía emergiendo como su razón de ser: «…América será el teatro de mis aventuras con carácter mucho más importante que lo que hubiera creído; realmente creo haber llegado a comprenderla y me siento americano con un carácter distintivo de cualquier otro pueblo de la tierra».
Desde lo inmenso de su yo más profundo se sellaba la partida: su entrega a la humanidad, al rescate pleno del hombre y a la lucha para conquistar el porvenir de nuestra América. La consecución de ese «vagar», ahora con un rumbo más definido, lo lleva a su segundo viaje por el continente, iniciado en agosto de 1953, luego de culminar su carrera universitaria y en compañía de otro amigo de juventud, Carlos Ferrer, Calica.
Durante este viaje, igual que en el primero, fue plasmando en un diario titulado Otra vez, todo lo que constituía interés y reflexión para su enriquecimiento espiritual. El recorrido emprendido es muy sugerente, pues perseguía objetivos superiores, al plantearse conocer la evolución de un proceso revolucionario, como el boliviano, que se había iniciado bajo la conducción del Movimiento Nacionalista Revolucionario en 1952.
Este interés estaba motivado, fundamentalmente, porque excepto el movimiento peronista en su país, y sobre el que manifestaba muchas interrogantes, no había conocido el advenimiento de una Revolución y el comportamiento y participación de las masas dentro de la misma. La revolución boliviana no le sedujo lo suficiente como para anclar en puerto, porque para ese entonces, pudo vislumbrar con claridad las debilidades de ese proceso, sobre todo de sus dirigentes. Decide continuar viaje, sin imaginar que con esta decisión estaba encaminando sus pasos a un futuro que aún no veía con entera claridad. Es en Guayaquil, Ecuador, donde un grupo de amigos lo conminan a continuar viaje hacia Centroamérica, con el propósito de conocer el proceso revolucionario guatemalteco, que tantas expectativas estaba produciendo dentro de los intelectuales y dirigentes políticos más avanzados del continente.
Es en esas circunstancias, que en una carta a su familia, emite un juicio revelador respecto a lo que estaba pasando por su interior y que ayuda a comprender la dimensión de sus acciones futuras, “en Guatemala me perfeccionaré y lograré lo que me falta para ser un revolucionario auténtico”. Guatemala representa un punto de ascenso en su evolución, tanto intelectual como ideológica porque, aunque comprendiera las limitaciones conceptuales y programáticas de ese proceso, consideraba que era una “auténtica revolución” y que valía la pena arriesgarse por ella.
Las acciones llevadas a cabo por el gobierno norteamericano, logran el derrocamiento del gobierno revolucionario de Jacobo Arbenz, en junio de 1954, lo que trae como consecuencia que Ernesto decida marchar hacia México, cargado con una buena dosis de frustraciones, al no comprender la actitud asumida por los dirigentes de ese país, cuando deciden abandonarlo por evitar un derramamiento de sangre.
No obstante, las lecciones le sirvieron para ampliar y depurar su conciencia política y trazarse con más claridad sus objetivos futuros. A su latinoamericanismo, lo nutre de una cargada dosis de antimperialismo ante vivencias directas y de la certeza, de que sólo mediante un proceso revolucionario auténtico América Latina puede cambiar y proyectar su desarrollo.
En México, la casualidad histórica lo conduce al advenimiento de un proceso revolucionario y al contacto directo con su líder. Esa casualidad cobra forma, primero con la empatía que desde el principio surgió entre Fidel y Ernesto, quien para siempre se convertiría en Che, seguido de la posibilidad real de participar en la lucha de liberación que el pueblo de Cuba se aprestaba a realizar para librarse de las garras de un tirano más.
Con la decisión de integrarse al grupo de expedicionarios cubanos que desembarcaron en el yate Granma el 2 de diciembre de 1956, da inicio a una de las facetas más importantes dentro de la trayectoria revolucionaria de Che. Rápidamente, se convierte en un táctico y estratega insuperable, demostrado en toda su trayectoria de lucha en tierras cubanas y con un excelente expediente, primer Comandante de la Sierra Maestra, Jefe de la Columna 4 y Jefe de la Escuela de Reclutas «Ñico López». Multiplicidad e integralidad, demostradas cuando desde sus responsabilidades crea, en una permanente labor educativa, el periódico El Cubano Libre (1957), donde dejó plasmado artículos periodísticos con la firma de «Francotirador», y la emisora Radio Rebelde (1958), así como la creación de pequeñas industrias de guerra, con el fin de satisfacer las necesidades primarias de la vida en campaña.
En 1958 es designado jefe de la Columna Invasora «Ciro Redondo», protagonista, junto a la No. 2 «Antonio Maceo» comandada por Camilo Cienfuegos, de la invasión a Occidente cuyos objetivos centrales eran cortar los suministros del Ejército de la dictadura a las provincias orientales, agrupar las fuerzas revolucionarias del territorio de Las Villas y apoderarse de la misma. Citar sólo la denominada Batalla de Santa Clara —que comienza a diseñar desde su llegada a la Sierra del Escambray en octubre de 1958 y que culmina con la toma de las principales ciudades, hasta la histórica batalla de la capital de provincia, Santa Clara, con la claudicación de las tropas enemigas el 1ro de enero de 1959—, habla por sí sola de sus cualidades de estratega militar, las que fueron sistematizadas en un conjunto de trabajos que conforman la casi totalidad de su pensamiento militar.
Todo esto, sin dejar de ocupar un tiempo para su superación intelectual, continuando con las lecturas que había definido como fundamentales en su formación revolucionaria, acompañadas ahora con un aditamento especial, que era el estudio integral de la realidad cubana, con el objetivo expreso de ser más útil a la Revolución.
Ejemplo y leyenda se comienza a tejer en el pueblo, acerca del argentino que con su entrega y valor pone en jaque al enemigo y actúa como un cubano más, no sólo en la lucha, sino también en el apoyo solidario al combatiente, lo que no estaba exento de exigencia y disciplina, pero con una fuerte carga humanista, en su constante preocupación por su formación. Como ejemplo sobresale la labor que realiza, encargándose de alfabetizar a muchos de sus compañeros de campaña.
La posibilidad de acercarse al Che, en unas breves líneas, a través de lo que le aporta a la Revolución Cubana y lo que a su vez ésta le aporta, resulta en extremo difícil porque estaríamos faltando a una verdad histórica irrebatible, es en ella y por ella que logra acercarse a un peldaño superior en su trayectoria como revolucionario.
Es precisamente dentro de la Revolución Cubana, que Che se ve compelido a desarrollar un pensamiento teórico muy dinámico, acompañado de la experiencia que iba acumulando con las responsabilidades que se le asignaban, en los apenas 6 años que le tocó ocupar responsabilidades de estado y de gobierno, primero como Jefe Militar de La Cabaña y de Capacitación del Ejército Rebelde, y posteriormente, como Jefe del Departamento de Industrialización del INRA, Presidente del Banco Nacional, Jefe Militar de la Región de Occidente, Ministro de Industrias, Miembro de la Dirección del Partido, con responsabilidades en la Junta Central de Planificación (JUCEPLAN) y en diversas funciones de política exterior.
El período en el que fungió como ministro de Industrias, ― desde el 23 de febrero de 1961 hasta su salida definitiva de Cuba en 1965, para participar en la lucha de liberación de los pueblos—, constituye uno de los más fructíferos en su desempeño como dirigente en la construcción socialista en Cuba, por su ejemplo, dedicación y pensamiento creador. Se realizaron acciones efectivas para desarrollar el proceso de industrialización, construyéndose nuevas fábricas que respondieran a los cambios y transformaciones que se requerían; de igual forma se alcanzó un alto nivel de organización en las estructuras del Ministerio y son históricas las reuniones de los consejos de dirección y las reuniones bimestrales, las que fueron recogidas en actas que reproducen la trascendencia del debate, tanto en lo teórico como en lo práctico.
En una primera fase, ese pensamiento se centró en la reflexión y fundamentación de las características esenciales de la Revolución, enmarcadas en su concepción humanista y en la lucha permanente por la obtención de la soberanía nacional, sustentada en la independencia económica y la soberanía política, con un contenido antiimperialista, acorde con nuestras tradiciones de lucha.
Sin embargo, es en el período de transición al Socialismo, definido desde 1961, donde se encuentra lo más acabado de su producción teórica, en lo económico, lo político, lo ético y lo social, como exigencias imponderables del proceso de transformación y cambio que se estaba produciendo dentro de la Revolución y su decisión incuestionable de llevar adelante la construcción del Socialismo.
La necesidad de poner en práctica un conjunto de medidas, con el objetivo de edificar una nueva sociedad en las condiciones cubanas, país subdesarrollado y en fase de alcanzar su plena soberanía, lo llevan a replantearse formas más idóneas y rápidas para construir el Socialismo. La elaboración del Sistema Presupuestario de Financiamiento en el sector industrial como base integradora y reguladora de las relaciones sociales que deben prevalecer en un sistema que define al hombre como el centro rector de los nuevos cambios, forma parte de los esfuerzos teóricos más importantes que dejara.
Para ese entonces, el humanismo de Che estaba lo suficientemente estructurado, para poder apreciar y entender que este forma parte, no sólo de su andamiaje teórico, sino además de su práctica revolucionaria consecuente. No es casual, que en vísperas de su partida en 1965, escribiera El Socialismo y el hombre en Cuba, colofón de su quehacer teórico como constructor de una nueva sociedad y en el que conmina y provoca a penetrar en uno de los problemas más complejos a debatir en los cambios que se deben asumir en los nuevos tiempos por el hombre que emerja de esa lucha ideológica entre el pasado que se aferra en no desaparecer y el presente que se construye, consciente de su papel, alejado de la marginación que fórmulas erradas impusieron en el mal llamado «socialismo real» y construyéndose una cultura propia, expresión de soluciones colectivas.
Todos esos elementos nutren sus concepciones sobre la solidaridad con los explotados y marginados y con el sustrato ético que caracteriza al verdadero revolucionario, partiendo de nuevos valores, en su papel de movilizador y actor de la lucha. Es por eso, que la Solidaridad y el Internacionalismo son los ejes básicos que se conjugan, para comprender los propósitos que persigue Che, primero en el Congo y más tarde en Bolivia en cuanto a demostrar la posibilidad de la lucha con la participación de las masas populares, y a hacer viable después, un proyecto mayor de lucha emancipatoria para los pueblos subdesarrollados.
De aquel no tan lejano diciembre de 1956, en que se lanza a «conquistar el porvenir» para contribuir a hacer realidad los sueños de un pueblo que clamaba por la libertad, hasta 1965, momento en que toma la decisión de marchar para alcanzar su escalón más alto, la lucha internacionalista, cuántas fueron las batallas libradas consigo mismo y cuánto el esfuerzo y las decisiones asumidas con plena convicción, que lo impelen a una decisión en extremo difícil en lo personal, pero plena de certidumbres y entrega.
Del Congo recogió en su Diario de campaña los sucesos que acaecían cada día y que más tarde resumiría en Pasajes de la guerra revolucionaria. Congo. Lecciones estremecedoras se recogen en esas páginas que narran pasajes de una guerra que no logró alcanzar los objetivos que se esperaban, pero que contribuyó, de forma precursora, a vislumbrar el camino de liberación e independencia obtenido por muchas naciones africanas, en años posteriores.
Por encima del conmovedor impacto que el mundo todo sintiera con la lectura que hiciera Fidel, en octubre de 1965, de la carta de despedida del Che, excepto sus enemigos de siempre, el resto de la humanidad —entiéndase lo más avanzado y honesto— comprendió en su real significado esa entrega sin límites de un hombre que, en intimidad compartida con su esposa después de su partida definitiva, llegara a confesarse que: «Lo que llevo por dentro no es ninguna despreocupada sed de aventura y lo que conlleva, yo lo sé…»
El 26 de julio de 1966 el Che regresa clandestinamente a La Habana para iniciar el entrenamiento militar en un lugar llamado San Andrés en la provincia de Pinar del Río, donde se prepara, junto a un pequeño grupo de combatientes seleccionados para acompañarlo en las acciones futuras. Concluido este período de entrenamiento y después de un largo recorrido por diferentes países europeos y de América Latina, llega a La Paz, Bolivia, el 3 de noviembre de ese mismo año, caracterizado como Adolfo Mena González, para iniciar allí, la lucha guerrillera.
En las semanas siguientes van incorporándose los combatientes cubanos y bolivianos al campamento, para trasladarse, paulatinamente, a un lugar más apartado y mejor acondicionado, hasta que en marzo de 1967 entra en acción la guerrilla. Muchas páginas se han escrito sobre la decisión tomada por Che de trasladarse a Bolivia para continuar su propuesta de lucha emancipatoria, sobre todo por haberse producidoun acontecimiento fortuito, pero estremecedor a la vez, como fue su asesinato el 9 de octubre de 1967, hecho del que se cumple este año el aniversario 50.
Cómo adentrarse en su pensamiento y acción y de qué modo se debe asumir su contenido por todos los que, de una forma u otra, consideran que su presencia en las luchas actuales y las por venir resulta además de necesaria, imprescindible, es un cuestionamiento que estamos obligados a analizar. En ese camino deben tenerse en cuenta las prioridades que en un contexto determinado asumió, y extraer, además, las enseñanzas que se derivan de su experiencia política.
Por más que los poderes supremos lo ataquen, el Che permanecerá no solo en la memoria histórica, sino que estará siempre vivo en todos los cambios que deben producirse, movilizando conciencias para el advenimiento de futuras sociedades socialistas, renovando las propuestas de cambio y planteándose las dimensiones que deben vencerse para derrotar al capitalismo.
Desde esa perspectiva actual, cobra auténtica fuerza la figura del Che luchando por cambiar el mundo e incitándonos al diálogo crítico y creador, a los nuevos desafíos y nuevas metas, como base y fuerza espiritual de los movimientos sociales y a compartir sus últimos sueños, devueltos en verso: «Los Todos me exigen la entrega total…/ Salgo a edificar las primaveras de sangre y argamasa…»