Decenas de naciones territorial y económicamente mayores figuran en escaños de menor rango, otras 38 integran el medallero pero aún carecen de monarcas, y son muchas más las que ni siquiera exhiben un bronce.
La Isla atesora 65 cetros, 53 subtítulos y 52 terceras plazas, y aportó hazañas imprescindibles como los triples reinados del esgrimista Ramón Fonst, los boxeadores Teófilo Stevenson y Félix Savón y las selecciones de voleibol para damas y béisbol.
Un breve repaso histórico precisa que fue el genial Fonst quien inició el camino dorado, cuando los cubanos debutaron en esas justas, en París 1900, cuatro años antes de coronarse por partida doble en San Luis, donde esa misma disciplina añadió dos pergaminos más.
Se abrió desde entonces un largo paréntesis marcado por ausencias (Londres 1908, Estocolmo 1912, Amberes 1920), tres interrupciones a causa de las guerras mundiales (1916, 1940 y 1944) e incursiones con penas que glorias (París 1924, Ámsterdam 1928, Los Ángeles 1932 y Berlín 1936).
La plata conseguida en Londres 1948 por la tripulación de velas de Charles y Carlos de Cárdenas marcó la reaparición en esos escenarios, otra vez como expresión de una intermitencia muy relacionada con la carencia de un verdadero sistema deportivo.
La primera señal de lo que vendría como fruto del vuelco impulsado por la Revolución se emitió en Tokio 1964, donde el bólido Enriqe Figuerola fue segundo en 100 metros planos.
El propio Figuerola integró el relevo 4x100 que se agenció medalla de similar color en México 1968, mérito igualado allí por sus compatriotas del femenino, como parte de una cosecha plateada que completaron los púgiles Rolando Garbey y Enrique Regüeiferos.
Fue la antesala del gran salto, acuñado en Munich 1972 por el gran Stevenson y sus compañeros de equipo Orlando Martínez y Emilio Correa, convertidos en los primeros campeones olímpicos de una Revolución decidida a colocar la actividad física al alcance de todos. No fue casual que en lo adelante Cuba duplicará o más ese total en cada una de sus incursiones. Seis sumaron sus oros en Montreal 1976, ocho en Moscú 1980, catorce en Barcelona 1992, nueve en Atlanta 1996, once en Sydney 2000 y nueve en Atenas 2004.
Cuando muchos pronosticaron que tras no intervenir por sólidas razones en Los Ángeles 1984 y Seúl 1988 sobrevendría la debacle, el quinto lugar por países conquistado en suelo español devino segunda posición histórica, solo superada por la cuarta plaza de Moscú.
Ello, pese a un contexto signado por fenómenos como comercialización desmedida y compra de atletas, multiplicados después a un ritmo muy intenso en medio del cual Cuba permanece erigida como pilar, sin concesiones y exponente casi exclusiva de un deporte de valores.
Las cifras son elocuentes: Cuba acumula 170 preseas y ocupa el lugar 16 entre los 132 países que alcanzaron al menos una en 108 años de Juegos Olímpicos.
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